Reportajes y Notas
Jugar es cosa seria
Prof. Inés Moreno
Entrevista a la Profesora Inés Moreno – Diario Clarín – Diario Argentino – 2011
A través del juego los adultos logran beneficios como la socialización, descarga de tensiones, diversión y placer. Solo se trata de darle permiso al niño interior para volver a jugar.
Sábado: día de juego; aunque algunas esposas piensen que eso es perder el tiempo.
Lugar: un club en el barrio de Caballito. Comienzan los sorteos para ver quien juega con quien, con qué color, en qué orden, todo tiene su importancia. Acá no valen las edades (hay jugadores desde 6 hasta 70 años) ni las profesiones (aunque son mayoría los abogados y agentes de turismo) todos son soldados rasos.
¿De qué estamos hablando? de los integrantes de La Cofradía, un grupo de unos 30 jugadores -90% hombres- que semanalmente desde hace 7 años se reúnen alrededor de un tablero para jugar al más famoso juego militar, Táctica y Estrategia de Guerra (TEG). Todos persiguen un común objetivo: cumplir la misión que les toque y ganar la partida.
Se lanzan los dados y empieza el juego. China ataca Kamchatka, los rojos avanzan, pactos y reagrupaciones se suceden. Los ejércitos de diferentes colores se disputan el mapa del mundo, así durante largas horas. Tan absortos están los jugadores que hasta se olvidan de parar a comer, picarán algo sencillo, durante el juego. Nadie quiere perder posiciones.
Pero al mismo tiempo que se despliegan estrategias militares, paradójicamente también se entablan lazos de amistad. Los miembros de La Cofradía no se conocían entre sí y se contactaron a partir de compartir el mismo hobby. Hoy dicen son todos amigos.
Fabián Martínez Torre (42) ludotecario, inventor de juguetes e integrante de distintos grupos de juegos de mesa -entre ellos La Cofradía- cuenta: “entre nosotros hay mucha camaradería, difícilmente se arme una trifulca. Recuerdo el comentario de alguien del grupo que dijo que fue contento al terapeuta, ‘gane el premio al mejor amigo’ y el terapeuta lo retó: ‘¿cómo te ponés contento si estas jugando a un juego de guerra?’. Pero en realidad nosotros nos ponemos más felices por ganar un premio de amistad que el de guerra en si”.
Eduardo Vaca de 37 años -otro integrante de La Cofradía- asegura que las partidas de TEG son muy divertidas y pasionales. “Auque es un juego pasivo, uno siente mucha adrenalina y vértigo por conocer como van a actuar las otras personas en cuanto a las decisiones que vos tomes”. Y agrega “además del juego en sí nos interesa interactuar entre nosotros; a través del tiempo se van formando amistades más allá de los encuentros, nos hablamos casi todos los días y nos juntamos con las respectivas familias”.
Muchos son los adultos que dedican parte de su vida a jugar. Cualquier actividad lúdica puede generar distensión, integración, placer, diversión, socialización entre los jugadores. Para Inés Moreno, licenciada en Ciencias de la Educación y directora del Estudio Inés Moreno (institución que hace 33 años trabaja el juego como una herramienta) el juego genera socialización pero no en todos los casos. “La socialización esta presente en la medida en que el juego es un vehículo para estar con el otro, no contra el otro. Si te reunís a jugar, pero tu energía esta puesta en una alta competencia, el otro no te va a importar, lo que más te va a preocupar es ganar. El juego en realidad no es un ente abstracto, esta en cada persona y depende como esa persona se vincule con los otros, así también va a ser su juego”.
Partamos de una base ¿a qué se denomina juego? La respuesta no es nada sencilla: depende de quien teorice así será el punto de vista. El juego es un tema que ha sido abordado desde la antropología, la sociología, la psicología. Los psicólogos destacan la importancia del juego en la infancia como medio para formar la personalidad, aprender de forma experimental a relacionarse en sociedad, a resolver problemas y situaciones conflictivas que se repiten con frecuencia en el mundo real. Según el propio Sigmund Freud en Más allá del Principio del Placer, el juego le sirve al niño para repetir las experiencias que lo impresionaron y lograr así la necesaria descarga energética, que le permita regresar al estado de equilibrio psíquico (homeostasis).
Moreno considera que “el juego en las primeras etapas de la vida es la actividad fundamental de un niño. A través del juego el niño se socializa, aprende, se construye como persona y logra elaborar aspectos tanto placenteros como displacenteros. Lamentablemente, cuando entra en una escolaridad sistematizada (incluyendo el jardín de infantes) va mutando esa necesidad básica del juego por otras impuestas por los adultos”.
El estudio de los juegos -tanto de niños como de adultos- ha inspirado a científicos de todos los tiempos para el desarrollo de distintas teorías. El matemático estadounidense John Forbes Nash recibió el Premio Nobel de Economía de 1994 por sus aportaciones a la Teoría de Juegos y los procesos de negociación. La Teoría de Juegos es un área de la matemática aplicada que utiliza modelos para estudiar interacciones en los juegos y llevar a cabo procesos de decisión. Sus investigadores estudian las estrategias óptimas así como el comportamiento previsto y observado de individuos en juegos.
Moreno prefiere no acotar el juego a la definición de una única perspectiva. “Me gusta hablar del universo del juego, sin dejar afuera ninguna disciplina. Porque el juego transciende inclusive el tema de lo humano, los animales también juegan”.
Preparados para jugar
Varios aspectos son necesarios para propiciar una actividad recreativa: juegos, jugadores, juguetes, un espacio propicio y una actitud lúdica. Los juegos utilizados tradicionalmente se pueden clasificar de acuerdo a la edad de los jugadores, al desarrollo motriz o intelectual. A si son pasivos -juegos de mesa- o de movimiento, más o menos reglados, con mayor o menor integración de los jugadores.
Además, existen espacios exclusivamente destinados a estimular el juego, son las llamadas ludotecas, que son como bibliotecas pero de juguetes. Las ludotecas nacieron hace más de 30 años en los países nórdicos como una herramienta para integrar al discapacitado. Luego surgieron otras propuestas: hay ludotecas para niños, adultos, tercera edad. En nuestro país se han multiplicado estos espacios de juego -especialmente los dedicados a los niños- Mendoza es una provincia pionera en tener una ludoteca ambulante, se trata de una camioneta que va por los barrios más carenciados y monta en una plaza un espacio para propiciar el juego.
Pero más allá de contar con juguetes, eso solo no garantiza la actividad lúdica. Para Moreno “el juego no esta definido por lo que se les presenta a los jugadores, se puede presentar un Burako en un grupo y que no estén jugando aunque estén haciendo puntos. Y por ahí hay otro grupo que está tomando mate, y si está jugando. El juego es más una actitud, cualquier actividad puede ser trasladada como un juego. En mi último libro, incluí una entrevista a la abuela de mis hijos que tiene 92 años (está muy lúcida y participa de actividades recreativas) ella me decía que no quería coordinadores que le armen actividades y que lo que más disfruta cuando va a las reuniones (además de bailar paso doble) es charlar. Su juego es hablar de los otros”.
Entonces ¿cuál sería la actitud lúdica? Dice la especialista que “es aquella que te da permiso de sacar tu niño interior. Y tiene fundamentalmente dos características: se pierde la noción de espacio y de tiempo. El clásico ejemplo es cuando un niño construye un castillo en la plaza con su balde y su palita. No le importa si hay sol, si tiene hambre, si pasan miles de personas por su lado. Perdió la noción de espacio y tiempo y esta absorto en su juego”.
¿Jugar es cosa de chicos?
Pero ¿el juego solo se circunscribe a una determinada etapa de la vida? Martínez Torre -ludotecario- considera que “jugar no solo no es cosa de chicos, sino que es cosa seria. Algún estudioso del juego llego a sostener que la sociedad nace en consecuencia del juego. En lo personal yo juego para divertirme, ni siquiera juego para ganar”.
En el caso de Javier Bonacorso (38), su infancia fue de juegos y su etapa de trabajador, esposo y padre…también. Recuerda sus primeros años en Plaza Huincul -Neuquén- “era pasar horas en la nieve sin darnos cuenta, armando iglús o montañas para tirarnos de espalda; ni el frío nos importaba”. De grande Javier sigue jugando. Tiene 2 hijas (Pilar de 9 y Carla de 5) y además de papá es compañero de juegos de las nenas, literalmente. “¡Soy más chico que los chicos!”, dice. “Son un buen lugar donde aflojarte, con los chicos es como que soy uno más. Hay reuniones familiares que juego con los nenes directamente. Primero aparezco en la escena como observador y ahí me empiezo a enganchar. Fluyo más que con los adultos, me puedo tirar al piso y jugar con los autitos. Tengo algunos códigos con los nenes que son buenísimos: por ejemplo con Ana -mi sobrina de 4 años- cada vez que nos vemos hacemos como que nos enojamos y mostramos los dientes con un gruñido. El que lo hace más fuerte y con más energía, gana”.
¿A que juegan los adultos? Martínez Torre explica que “si los integrantes de un grupo son muy conocidos y no son muy heterogéneos, juegan a los dados, las cartas, cosas que son más bien azarosas. Cuanto menos heterogéneo es el grupo mayor participación del azar hay. Cuando el grupo trata de confraternizar, lo que generalmente hacen es buscar dinámicas lúdicas más divertidas”.
A Javier le gusta remontar barriletes, disfrazarse, improvisar juegos en reuniones de amigos o de trabajo (desde rifar chucherías entre los invitados como una esponja para la espalda, hasta romper la monotonía con un buen baldazo de agua, si es que está caluroso). Y todo lo que surja espontáneamente y rompa con el aburrimiento. ¿Y los juegos reglados? “No me gustan mucho las reuniones donde esta la diversión estipulada -dice Javier- las rondas de chistes tampoco, prefiero las charlas grotescas y escatológicas. Los juegos de mesa no me gustan mucho porque hay que estar demasiado tiempo sentado, prefiero el movimiento. Con el karaoke tampoco me engancho, me divierte más lo desestructurado.”
¿Es habitual el juego en los adultos? “Lamentablemente hay mucha gente que directamente no juega -dice Martínez Torre- porque no sabe, porque no tienen con quien o porque le parece que es cosa de chicos”. Y agrega el ludotecario que “actualmente se juega mucho a los juegos de computadora, particularmente a mi no me gustan. Los juegos en red no socializan en absoluto, son muchos solos jugando juntos”.
¿Cuál es la función del juego en los grandes? Para Moreno “el adulto es un niño que ha crecido. La esencia del juego esta en el ser humano independientemente de la edad. Que la sociedad vaya castrando el juego no significa que no exista. Esto a mi me ocurre permanentemente en la institución, desde hace muchos años formo adultos que quieren jugar o retomar el juego como factor de crecimiento; y profesionales que quieren utilizar el juego como una herramienta aplicable al trabajo comunitario, la educación, la salud, la empresa. Cuando un adulto juega también se está mostrando tal cual es, por eso el juego también puede ser un elemento diagnóstico, tanto que se utiliza en la selección de personal.”
Para Martínez Torre “la función que deberían cumplir los juegos en los adultos debería ser la diversión. Pero hay jugadores y jugadores, hay gente que se transforma y se sale de si mismo por ganar. Normalmente un juego debería ayudar a socializar y a sacar lo que habitualmente no se saca a nivel social, porque se está en un espacio reducido con unas reglas inventadas para ese momento. Esas condiciones permiten conocer a la gente de una forma diferente”.
En el caso de Javier, es de inventar situaciones divertidas. “Jugar es una descarga para mi, en lo cotidiano en mi casa soy más controlador porque tengo nenas chicas y hay muchas tareas que organizar. Por eso me desato en las reuniones, lo hago para pasarla bien y hacer divertir al otro”. Las vacaciones también son una buena oportunidad de distenderse: “En la playa hicimos un juego de tirarnos arena barrosa -recuerda Javier- ese fue genial porque ahí se prendieron mis hijas y las primas. Nos empezamos a tirar arena en el pelo, en la cara, eso me divierte muchísimo. Lo que pasa es que con los chicos el juego muchas veces termina con un llanto, porque no paran. Recuerdo que le tire a Anita en la cara y le pegó toda la arena en los ojos. Nos quedamos callados -esperando el llanto- pero había que ver la sonrisa que se le dibujaba a través de la arena; abrió la boca y se empezó a reír ¡Zafamos!”. El juego podía continuar.
Por Patricia Edgar